domingo, 29 de septiembre de 2013
La Santa Eucaristía en mi
Hoy tuve la oportunidad de ir a una primera comunión. Así que la homilía del día de ahora era sobre la Santa Eucaristía y no de lo que correspondía en este domingo.
Me encantó como detallo el Padre lo que es la Eucaristía para que los niños presentes (más el agasajado) lo entendieran. Pero, es de ver que por lo menos a mi, me sirvió también y espero que para otros adultos también haya sido de mucho provecho.
Me gustó una cita de San Agustín que fue como comenzó la Homilía:
“Cuando recibimos éste sacramento no es que incorporamos a éste sacramento y lo hacemos algo distinto en nosotros, es al revés lo comemos pero en realidad somos comidos por El y nosotros somos transformados en El. Cualquier alimento que nosotros comemos se transforma en nosotros bajo una sustancia química que procesa todo nuestro organismo. Este alimento que comemos no se procesa en nosotros, nosotros somos procesados en El. Por eso le llamamos Comunión porque nos hacemos uno en El.”
En pocas palabras, lo que comemos, se vuelve parte de nosotros, Con la Santa Eucaristía es al revés. Nosotros nos convertimos en parte de ÉL. Todo lo que le presentamos a Dios, lo transformará en el cuerpo de su hijo en la eucaristía.
Sólo analicen esta pequeña oración por un momento. El contenido tan grande que tiene y tan importante que es.
Luego de mencionar esto, habló de lo simple que era un pedazo de pan y una copa de vino común y corriente. Pero al ser consagrada sucede la transformación del pan a cuerpo y el vino a sangre de Jesucristo. Se acuñó el concepto de «transubstanciación». Deja de ser algo ordinario a algo extraordinario ¡Qué milagro más grande!
Es Él vivo, sobre el mismo pan y el mismo vino, solo que ahora es Jesús Sacramentado. No lo vemos, pero ahí está.
La Eucaristía es el ALIMENTO DEL ALMA. Así como nuestro cuerpo necesita comer para vivir, para no estar débil sino fuerte, para no estar enfermo sino sano… así nuestra alma necesita COMULGAR para estar sana y fuerte.
Cristo mismo dijo:
¨El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día¨.
Muchas veces tenemos ganas de ser muy buenos, pero luego vienen los problemas de la vida, nuestras pasiones, las tentaciones y entonces nuestros buenas deseos se esfuman. Nos desanimamos, nos volvemos tibios y hasta pecamos. ¿Por qué?.
Porque ser bueno, ser SANTO… ¡es duro!
No bastan nuestras fuerzas, necesitamos tomar fuerza de Jesús, divino alimento del alma. Entonces nos sentiremos otros, capaces de todo y podremos decir como San Pablo:
¨Vivo yo, pero ya no soy yo quien vive, porque es Jesús quien vive en mi ¨ (Gal 2,20)
¡Dichosos los que comulgan! Porque la eucaristía transforma a ser mejores.
Oremos por los que quieren y no pueden comulgar; oremos por los que NO saben de lo que se pierden, no conocen de la herencia más especial que nos ha dejado Jesús. Y lo mejor es que ya no solo podemos recibirlo el domingo, si no, todos los días.
Este es un tema que tiene un principio y no tiene fin, pero por ahora termino y los dejo con una reflexión de Anselm Grüm, monje benedictino alemán, nacido en 1945. Doctor en Psicología y Teología, se lo reconoce como uno de los autores de espiritualidad más fecundos de la actualidad.
“Hay quienes piensan que es imposible celebrar todos los días la eucaristía como fiesta del amor de Dios. Pero la transformación de nuestro mundo, de la historia de nuestra vida, de nuestras relaciones, de nuestro trabajo, de nuestros esfuerzos, de nuestra vida cotidiana… podemos celebrarla a diario con toda tranquilidad. Pues ahí ponemos de manifiesto que, en nuestra vida cotidiana, tampoco estamos solos, que la eucaristía pone su sello en nuestra vida, incluso en sus acontecimientos más triviales, y quiere transformarla. Cuando creo que Dios también está transformando mi mundo junto con el pan y el vino, entonces puedo ir tranquilamente al trabajo, puedo esperar con toda confianza que las cosas no van a ser como antes, sino que las relaciones pueden cambiar, que los conflictos sin solución se van a resolver y que lo pesado se volverá más ligero. Y cada día puedo presentar, para su transformación, las nuevas cosas en las que estoy trabajando, lo que me agobia, lo que me bloquea y supone un obstáculo para mí. La eucaristía es expresión de mi confianza en que, mediante la celebración de la muerte y resurrección de Jesús, incluso lo que en mí está yerto se va a transformar en vida nueva.”
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