Por la señal de la Santa Cruz… Señor mío Jesucristo…
O en su lugar:
En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Nosotros, cristianos, somos conscientes de que el
vía crucis
del Hijo de Dios no fue simplemente el camino hacia el lugar del
suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada gesto o palabra
suya, así como lo que vieron e hicieron todos aquellos que tomaron parte
en este drama, nos hablan continuamente. En su pasión y en su muerte,
Cristo nos revela también la verdad sobre Dios y sobre el hombre.
Hoy queremos reflexionar con particular intensidad sobre el contenido
de aquellos acontecimientos, para que nos hablen con renovado vigor a
la mente y al corazón, y sean así origen de la gracia de una auténtica
participación. Participar significa tener parte. Y ¿qué quiere decir
tener parte en la cruz de Cristo? Quiere decir experimentar en el
Espíritu Santo el amor que esconde tras de sí la cruz de Cristo. Quiere
decir reconocer, a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir
cargarla sobre la propia espalda y, movidos cada vez más por este amor,
caminar… Caminar a través de la vida, imitando a Aquel que «soportó la
cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de
Dios» (Hb 12,2).
Pausa de silencio
Oremos: Señor Jesucristo, colma nuestros corazones
con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en tu último
camino, sepamos cuál es el precio de nuestra redención y seamos dignos
de participar en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección. Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. [Juan Pablo II]
Primera Estación
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Reo es de muerte», dijeron de Jesús los
miembros del Sanedrín, y, como no podían ejecutar a nadie, lo llevaron
de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no encontraba razones para
condenar a Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero, ante la presión
amenazante del pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo,
crucifícalo!», «Si sueltas a ése, no eres amigo del César», pronunció la
sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús, después de azotarlo,
para que fuera crucificado.
San Juan el evangelista nos dice que,
pocas horas después, junto a la cruz de Jesús estaba María su madre. Y
hemos de suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo largo de
todo el Vía crucis.
Cuántos temas para la reflexión nos
ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el Huerto de los
Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación de
Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin
medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Segunda Estación
JESÚS CARGA CON LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Condenado muerte, Jesús quedó en manos de
los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al pretorio y,
reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el
manto de púrpura con que lo habían vestido para la burla, le pusieron de
nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y salieron
camino del Calvario para allí crucificarlo.
El peso de la cruz es excesivo para las
mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma y de
sus enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir
hasta el final la voluntad del Padre: que cargando sobre sí el pecado,
las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez que
contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
cada día, y sígame».
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Tercera Estación
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Nuestro Salvador, agotadas las fuerzas por
la sangre perdida en la flagelación, debilitado por la acerbidad de los
sufrimientos físicos y morales que le infligieron aquella noche, en
ayunas y sin haber dormido, apenas pudo dar algunos pasos y pronto cayó
bajo el peso de la cruz. Se sucedieron los golpes e imprecaciones de los
soldados, las risas y expectación del público. Jesús, con toda la
fuerza de su voluntad y a empellones, logró levantarse para seguir su
camino.
Isaías había profetizado de Jesús: «Eran
nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que
soportaba. Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros». El peso
de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros pecados,
infidelidades, ingratitudes…, de cuanto está figurado en ese madero. Por
otra parte, Jesús, que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle,
nos enseña aquí que también nosotros podemos caer, y que hemos de
comprender a los que caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de
levantarnos con humildad y confianza buscando su ayuda y perdón.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Cuarta Estación
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
En su camino hacia el Calvario, Jesús va
envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo, gentes de
buenos sentimientos… También se encuentra allí María, que no aparta la
vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre.
Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de la Madre
que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida,
y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor
del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el
amor y la compasión que se transmiten.
Nos es fácil adivinar lo que padecerían
Jesús y María pensando en lo que toda buena madre y todo buen hijo
sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin duda una de las
escenas más patéticas del Vía crucis, porque aquí se añaden, al cúmulo
de motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos
compartidos de una madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su
sacrificio y va asumiendo su misión de corredentora.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Quinta Estación
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús salió del pretorio llevando a
cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su primera caída puso de
manifiesto el agotamiento del reo. Temerosos los soldados de que la
víctima sucumbiese antes de hora, pensaron en buscarle un sustituto.
Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene, que venía del
campo y pasaba por allí, a que tomara la cruz sobre sus hombros y la
llevara detrás de Jesús. Tal vez Simón tomó la cruz de mala gana y a la
fuerza, pero luego, movido por el ejemplo de Cristo y tocado por la
gracia, la abrazó con resignación y amor y fue para él y sus hijos el
origen de su conversión.
El Cireneo ha venido a ser como la imagen
viviente de los discípulos de Jesús, que toman su cruz y le siguen.
Además, el ejemplo de Simón nos invita a llevar los unos las cargas de
los otros, como enseña San Pablo. En los que más sufren hemos de ver a
Cristo cargado con la cruz que requiere nuestra ayuda amorosa y
desinteresada.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Sexta Estación
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Dice el profeta Isaías: «No tenía
apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos
estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor
de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y
no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la figura de
Jesús camino del Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento,
la sangre, los salivazos, el polvo, el sudor… Entonces, una mujer del
pueblo, Verónica de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando
un lienzo con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor,
como respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su Santa Faz.
Una letrilla tradicional de esta sexta
estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica y su manto / si de
Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón». Nosotros podemos
repetir hoy el gesto de la Verónica en el rostro de Cristo que se nos
hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas
maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno
de estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis».
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Séptima Estación
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús había tomado de nuevo la cruz y con
ella a cuestas llegó a la cima de la empinada calle que daba a una de
las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas, cayó por segunda
vez bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar al sitio en que
tenía que ser crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo hasta la
meta los planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y
proseguir su camino.
Nada tiene de extraño que Jesús cayera si
se tiene en cuenta cómo había sido castigado desde la noche anterior, y
cómo se encontraba en aquel momento. Pero, al mismo tiempo, este paso
nos muestra lo frágil que es la condición humana, aun cuando la aliente
el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos las flaquezas ni las
caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por
los suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su cometido.
Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos
cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para
reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga
podría sacarlas de su postración.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Octava Estación
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Dice el evangelista San Lucas que a Jesús,
camino del Calvario, lo seguía una gran multitud del pueblo; y unas
mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas les
dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por
vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira
de Dios se ensañaba como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo
haría con los culpables.
Mientras muchos espectadores se divierten y
lanzan insultos contra Jesús, no faltan algunas mujeres que, desafiando
las leyes que lo prohibían, tienen el valor de llorar y lamentar la
suerte del divino Condenado. Jesús, sin duda, agradeció los buenos
sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas quiso
orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente:
la conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a establecer la
escala de los valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre
el santo temor de Dios.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Novena Estación
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Una vez llegado al Calvario, en la
cercanía inmediata del punto en que iba a ser crucificado, Jesús cayó
por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para levantarse. Las
condiciones en que venía y la continua subida lo habían dejado sin
aliento. Había mantenido su decisión de secundar los planes de Dios, a
los que servían los planes de los hombres, y así había alcanzado, aunque
con un total agotamiento, los pies del altar en que había de ser
inmolado.
Jesús agota sus facultades físicas y
psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del Padre, hasta llegar a la
meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle con la cruz a
cuestas por más caídas que se produzcan y hasta entregarnos en las manos
del Padre vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber el cáliz que
también nosotros hemos de beber. Por otra parte, la escena nos invita a
recapacitar sobre el peso y la gravedad de los pecados, que hundieron a
Cristo.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Décima Estación
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Ya en el Calvario y antes de crucificar a
Jesús, le dieron a beber vino mezclado con mirra; era una piadosa
costumbre de los judíos para amortiguar la sensibilidad del que iba a
ser ajusticiado. Jesús lo probo, como gesto de cortesía, pero no quiso
beberlo; prefería mantener la plena lucidez y conciencia en los momentos
supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a
Jesús, sin cuidado ni delicadeza alguna, de sus ropas, incluidas las que
estaban pegadas en la carne viva, y, después de la crucifixión, se las
repartieron.
Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser
así despojado de sus propios vestidos y ver a qué manos iban a parar. Y
especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser en extremo
triste verse privada de aquellas prendas, tal vez labradas por sus manos
con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo del
Hijo querido.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Undécima Estación
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Y lo crucificaron», dicen escuetamente
los evangelistas. Había llegado el momento terrible de la crucifixión, y
Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de hierro que le
taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el cuerpo
de Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado
en un saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte superior
de este palo, encima de la cabeza de Jesús, pusieron el título o causa
de la condenación: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». También
crucificaron con él a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su
izquierda.
El suplicio de la cruz, además de ser
infame, propio de esclavos criminales o de insignes facinerosos, era
extremadamente doloroso, como apenas podemos imaginar. El espectáculo
mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea capaz de nobles
sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la
cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. La liturgia
canta la paradoja: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza /
con un peso tan dulce en su corteza!».
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Duodécima Estación
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Desde la crucifixión hasta la muerte
transcurrieron tres largas horas que fueron de mortal agonía para Jesús y
de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el principio, muchos de
los presentes, incluidas las autoridades religiosas, se desataron en
ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el
episodio del buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el
paraíso». San Juan nos refiere otro episodio emocionante por demás:
Viendo Jesús a su Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su
Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí
tienes a tu madre»; y desde aquella hora el discípulo la acogió en su
casa. Después de esto, nos dice el mismo evangelista, sabiendo Jesús que
ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed». Tomó el vinagre que le
acercaron, y añadió: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza
entregó el espíritu.
A los motivos de meditación que nos ofrece
la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y dijo,
se añaden los que nos brinda la presencia de María, en la que tendrían
un eco muy particular los sufrimientos y la muerte del hijo de sus
entrañas.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Decimotercera Estación
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Para que los cadáveres no quedaran en la
cruz al día siguiente, que era un sábado muy solemne para los judíos,
éstos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran;
los soldados sólo quebraron las piernas de los otros dos, y a Jesús, que
ya había muerto, uno de los soldados le atravesó el costado con una
lanza. Después, José de Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús,
obtenido el permiso de Pilato y ayudados por sus criados o por otros
discípulos del Maestro, se acercaron a la cruz, desclavaron cuidadosa y
reverentemente los clavos de las manos y los pies y con todo miramiento
lo descolgaron. Al pie de la cruz estaba la Madre, que recibió en sus
brazos y puso en su regazo maternal el cuerpo sin vida de su Hijo.
Escena conmovedora, imagen de amor y de
dolor, expresión de la piedad y ternura de una Madre que contempla,
siente y llora las llegas de su Hijo martirizado. Una lanza había
atravesado el costado de Cristo, y la espada que anunciara Simeón acabó
de atravesar el alma de la María.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Decimocuarta Estación
JESÚS ES SEPULTADO
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
José de Arimatea y Nicodemo tomaron luego
el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo envolvieron en una sábana
limpia que José había comprado. Cerca de allí tenía José un sepulcro
nuevo que había cavado para sí mismo, y en él enterraron a Jesús.
Mientras los varones procedían a la sepultura de Cristo, las santas
mujeres que solían acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban sentadas
frente al sepulcro y observaban dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo.
Después, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro, y
regresaron todos a Jerusalén.
Con la sepultura de Jesús el corazón de su
Madre quedaba sumido en tinieblas de tristeza y soledad. Pero en medio
de esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de que su Hijo
resucitaría, como Él mismo había dicho. En todas las situaciones humanas
que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la
resurrección es el consuelo más firme y profundo que podemos tener.
Cristo ha convertido en lugar de mera transición la muerte y el
sepulcro, y cuanto simbolizan.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Decimoquinta Estación
JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Pasado el sábado, María Magdalena y otras
piadosas mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro. Llegadas allí
observaron que la piedra había sido removida. Entraron en el sepulcro y
no hallaron el cuerpo del Señor, pero vieron a un ángel que les dijo:
«Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está
aquí». Poco después llegaron Pedro y Juan, que comprobaron lo que les
habían dicho las mujeres. Pronto comenzaron las apariciones de Jesús
resucitado: la primera, sin duda, a su Madre; luego, a la Magdalena, a
Simón Pedro, a los discípulos de Emaús, al grupo de los apóstoles
reunidos, etc., y así durante cuarenta días. Nadie presenció el momento
de la resurrección, pero fueron muchos los que, siendo testigos
presenciales de la muerte y sepultura del Señor, después lo vieron y
trataron resucitado.
En los planes salvíficos de Dios, la
pasión y muerte de Jesús no tenían como meta y destino el sepulcro, sino
la resurrección, en la que definitivamente la vida vence a la muerte,
la gracia al pecado, el amor al odio. Como enseña San Pablo, la
resurrección de Cristo es nuestra resurrección, y si hemos resucitado
con Cristo hemos de vivir según la nueva condición de hijos de Dios que
hemos recibido en el bautismo.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y
afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Oremos: Señor
Jesucristo, tú nos has concedido acompañarte, con María tu Madre, en los
misterios de tu pasión, muerte y sepultura, para que te acompañemos
también en tu resurrección; concédenos caminar contigo por los nuevos
caminos del amor y de la paz que nos has enseñado. Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos. Amén