domingo, 2 de febrero de 2014

La Consagración Religiosa

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Hoy celebramos la consagración de todos los religiosos al Señor.

El religioso consuma la plena donación de sí mismo como un sacrificio ofrecido a Dios, por el que toda su existencia se convierte en culto continuo a Dios en amor Por lo que les comparto la definición de lo que significa la consagración.
La palabra consagración
La palabra consagración se deriva de verbo consagrar. Y puede tener un doble sentido: activo y pasivo. Expresa tanto la acción de consagrar como el hecho de ser Consagrado. Consagrar, en sentido teológico, es lo mismo que: santificar, divinizar, sacralizar o sacrificar. Todos estos términos implican relacionarse directamente con Dios, ser introducido en la esfera de lo Sagrado absoluto, de lo Divino o de lo Santo, es decir, en el ámbito de la Divinidad.
Consagrar de parte de Dios es: tomar plena posesión, reservarse especialmente, invadir y penetrar con la propia santidad, admitir a la intimidad personal, relacionar profundamente consigo mismo, transformar por dentro, renovar interiormente y, sobre todo, configurar a alguien con Jesucristo, que es el Consagrado.
Por parte del hombre, consagrarse es: entregarse a Dios, dejarse poseer libremente por él, acoger activamente la acción santificadora de Dios, darse a él sin reservas, en respuesta a la previa autodonación de Dios y bajo el impulso de su gracia.
Ningún valor que se entrega a Dios, o del que Dios toma posesión, queda destruido. Al contrario, queda mejorado y ennoblecido, porque se salva en Dios mucho mejor que en sí mismo. Por ejemplo, sacrificar o consagrar a Dios nuestra libertad o nuestro amor, lejos de ser una negación, es una verdadera afirmación de esos mismos valores humanos. Convertir nuestra libertad y nuestro amor en propiedad inmediata y total de Dios es la mejor manera de salvarlos en cuanto amor y en cuanto libertad. Dejarse poseer por Dios es la suprema manera de ser libres y de amar, ya que Dios crea y fortalece nuestra libertad y nuestro amor en la misma medida en que nos dejamos poseer por él.
La consagración supone donación y renuncia, entrega y separación. Recordemos las parábolas del tesoro escondido en el campo y de la perla preciosa (Mt, 13,44-45), que cautivan a quien lo descubre y le mueven a vender todo lo demás para adquirir ese tesoro y esa joya.
Consagrarse a Dios implica renuncia a la propia suficiencia y autonomía, para encontrar en Dios y en la plena y filial dependencia de él, una mayor autonomía, suficiencia y libertad.
La consagración en sentido teológico, implica y es una relación estrictamente personal, de tú a Tú, con Dios. Es sólo aplicable a la persona, porque sólo ella puede relacionarse de manera íntima, entrañable y formal con Dios.
La consagración en sentido teológico, es una real transformación de la persona, una configuración verdadera con Cristo, una santificación. La persona queda referida de manera nueva e intrínseca a Dios, invadida por la santidad de Dios, transida de divinidad, poseída por el mismo Dios y transformada en él, sin que ella pierda su propia individualidad.
La persona consagrada se relaciona de forma inmediata, es decir, sin mediaciones y sin intermediarios, con Dios. Por eso, la consagración religiosa tiene un valor y un sentido teologal y no sólo teológico.

Consagración de Cristo
EL CONSAGRADO. “Jesús mismo es Aquél a quien el Padre consagró y envió en el más alto de los modos (Jn. 10,36). En él se resumen todas las consagraciones de la antigua ley, que simbolizan la suya, y en él está consagrado el nuevo Pueblo de Dios” (EE 6). “Jesús vivió su consagración precisamente como Hijo de Dios: dependiendo del Padre, amándole sobre todas las cosas y entregado por entero a su voluntad” (EE 7). En Cristo se cumple con todo rigor el concepto más estrictamente teológico de consagración. Porque Cristo es Dios hecho hombre, es decir, lo sagrado absoluto (Dios), que asume lo secular y profano (la naturaleza humana) para introducirlo dentro de su propio ámbito divino.
Cristo es el Ungido, es decir, el consagrado, el Mesías. Los tres momentos principales de ésta unción sagrada son: la encarnación, el bautismo y la resurrección gloriosa (Hb. 2,5-13). Toda la creación ha quedado renovada y consagrada por el hecho de la Encarnación. Cristo no se encarna para “secularizarse”, sino para consagrar toda su realidad humana, asumiéndola, elevándola, trascendiéndola y sacrificándola. Cristo, vive en sí mismo todo un proceso de consagración que dura toda su vida hasta su muerte y resurrección. Cristo es anonadado (Flp. 2,7-8) y este anonadamiento por el que se sacrifica y se consagra, es por su obediencia, pobreza y virginidad.

La consagración bautismal
Por designio eterno y amoroso del Padre, Cristo vino al mundo para consagrarnos, introduciéndonos en el ámbito más íntimo de lo Sagrado, que es él mismo: comunicándonos su propia filiación divina. Desde siempre, Dios nos pensó y eligió en la Persona de Cristo, por pura iniciativa suya, para que fuéramos de verdad hijos suyos, santos y consagrados en su presencia por el amor (cf. Ef. 1,3-14).
“Los bautizados son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo” (LG 10). El bautismo es una real inserción en Cristo y en su misterio de muerte y de resurrección. Es una verdadera configuración con Cristo en su condición filial y fraterna y, por eso mismo, es una verdadera consagración.
Por el bautismo morimos al pecado y comenzamos a morir a las raíces de pecado que en nosotros quedan, hasta que la muerte de Cristo haya “mortificado” todo lo pecaminoso y haya consagrado todo lo profano. La consagración bautismal supone una presencia activa y permanente de Dios en nosotros, una especie de presencia sacerdotal que nos convierte en ofrenda y en sacrificio, y que nos hace posesión plena de Dios.
Dios, por medio del bautismo, nos hace hijos suyos en el Hijo y, en él, nos hace hermanos de todos los hombres. Es decir, nos consagra realmente, configurándonos con el Consagrado en su filiación divina y mariana y en su fraternidad universal. El proceso bautismal de configuración con Cristo concluirá en nuestra resurrección gloriosa, cuando incluso en nuestra carne se manifieste la gloria de nuestra filiación divina.

La consagración religiosa
“La vida religiosa, en cuanto consagración de toda la persona, manifiesta en la iglesia el admirable desposorio fundado por Dios, que es signo del mundo futuro. De este modo, el religioso consuma la plena donación de sí mismo como un sacrificio ofrecido a Dios, por el que toda su existencia se convierte en culto continuo a Dios en amor” (can. 607,1)
El religioso es el que trata de vivir la consagración bautismal en toda su radicalidad, llevando hasta sus últimas consecuencias las exigencias del bautismo y haciendo fructificar todas las virtualidades en él contenidas. El religioso vive en total disponibilidad, de forma permanente, como estado de vida, encarnándola en la vivencia efectiva de la virginidad, obediencia y pobreza: es decir, en la profesión de los consejos evangélicos, que es un compromiso público y definitivo de conformar la propia vida con Cristo virgen, obediente y pobre.
La “dedicación absoluta al Reino” (ET 3), convertida en estilo de vida y en norma de conducta, esa “donación de sí mismo que abarca la vida entera”(PC 1), ese “vivir únicamente para Dios” (PC 5), es el contenido más hondo de la consagración religiosa y expresa su distinción con la consagración bautismal y al estilo propio de un cristiano.
La consagración religiosa es una consagración de amor, una pasión de amor, con las características propias de amor verdadero convertido en pasión: la totalidad en la entrega, la exclusividad en la persona amada y el desinterés absoluto en servirle. Y al decir que es una consagración total, quiere decir que es perpetua. Don absolutísimo e irrevocable, lo llama Pablo VI (ET 7). Si la persona no se entrega para siempre no se entregaría del todo.
La consagración religiosa es profundamente eclesial. Es un “estado litúrgico”, de adoración perpetua, de culto oficial de la Iglesia.
El religioso muere de forma habitual no sólo al pecado, sino también al mundo, a valores humanos positivos, muere a formas y exigencias sociales, a la triple categoría de bienes positivos que son: amor humano compartido (castidad), propiedad y uso independiente de los bienes materiales (pobreza) y la libre programación de la propia vida (obediencia).
Dice Pablo VI a los religiosos: (ET 7) “Por el Reino de los cielos, vosotros habéis consagrado a Dios, con generosidad y sin reservas, las fuerzas de amar, el deseo de poseer y la libre facultad de disponer de vuestra propia vida, que son bienes tan preciosos para el hombre”. Los consejos evangélicos expresan y realizan la donación integral e irrevocable de todo nuestro ser personal, de lo que somos y de lo que tenemos y podemos poseer. Es no sólo una oblación, sino un sacrificio que lleva a sus últimas consecuencias la consagración del bautismo y vivir con radicalidad el evangelio y la imitación de Cristo. La consagración religiosa es una entrega total, absoluta e inmediata de amor a Dios. Desde ese momento, todo el ser y la vida del religioso tiene un sentido y lleva un sello de pertenencia a Dios.
Por último, nadie es religioso por propia iniciativa. Es Dios quien llama y quien capacita para responder. En Dios, llamar es dar. La vocación es un verdadero don. Y los dones de Dios, por ser dones de amor, enteramente gratuitos, son dones definitivos, sin posible arrepentimiento por parte del mismo Dios, como nos recuerda san Pablo: “Los dones y la vocación de Dios son irrevocables” (Rom. 11,29). Llamar para siempre es crear en el llamado una permanente capacidad de respuesta. La fidelidad del hombre consiste en apoyarse en la fidelidad inquebrantable de Dios.

martes, 28 de enero de 2014

¿Es bueno llevar a niños pequeños a misa?


¿Hay que llevar a los niños pequeños a misa aunque lloren? Un sacerdote responde con argumentos
Educar desde pequeños con fe, paciencia

¿Hay que llevar a los niños pequeños a misa aunque lloren? Un sacerdote responde con argumentos

“Un niño pequeño llorando en la Misa, es una señal que la Iglesia sigue viva y continúa con su misión de evangelizar a las naciones”, señaló el sacerdote José Ramírez en Idaho Falls (Estados Unidos).
Ramírez explicó que el llanto no es excusa para no llevar a los niños a Misa, y que los padres deben aprender a disciplinarlos con paciencia y respetando la solemnidad de la celebración.
La Iglesia del mañana
“¿Si no hay niños en la Misa de hoy, entonces dónde estará la iglesia del mañana?. Los niños pueden ir integrándose a la comunidad de fe, y al principio va ser difícil”, expresó el Ramírez en su artículo titulado “Los Niños en la Misa” para el sitio web de la Diócesis de Idaho.
El sacerdote advirtió que los padres dejan de llevar a sus hijos a Misa porque tienen miedo de llamar la atención, o que “el padrecito los vaya a regañar”, mientras que existen otros que “convenientemente” no van con la excusa de que irán cuando los niños sean más mayores y sepan comportarse.
Años importantes
Los padres no se dan cuenta de que “estos años en la vida de un niño son sumamente importantes para que vayan descubriendo lo que es la Misa, y puedan ir modificando su comportamiento para participar activamente” de ella, exhortó el sacerdote.
La forma como está estructurada la Misa “puede ser difícil para cualquier niño” indicó el presbítero, podrá llevar tiempo y dedicación a los padres y no será fácil, “pero con una disciplina de fe y un buen ejemplo la lección será bien aprendida”.
Bienvenida a familias jóvenes
Recordó que mientras se busca “mantener la solemnidad de la Misa, por el otro lado tenemos que tener un ambiente de bienvenida para las familias jóvenes. La vía media no es dar licencia para que todo pase”, explicó que se debe educar desde pequeños con fe, paciencia y sin ofender. “Yo agradezco familias jóvenes que vienen a la iglesia a pesar de tener a varios niños pequeños”.
El presbítero, al contar su experiencia de niño aseguró que “gracias a Dios yo pude aprender la lección rápido, pero no quiero imaginarme qué hubiera pasado si un sacerdote hubiera parado la Misa para regañarme, posiblemente no hubiera regresado a la iglesia”.
Resaltó la importancia de los consejos de la familia que “me fui dando cuenta de que la iglesia no era un lugar para jugar sino para orar”.
Al concluir escribió las palabras del Señor en el Evangelio de San Mateo “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el Reino de los Cielos es de quienes son como ellos”.
Fuente: Catholic.net

martes, 21 de enero de 2014

Oración pidiendo la armadura de Dios (versión 2)


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Padre Celestial, yo ahora, por la fe, pido la protección de tu armadura para que pueda permanecer firme contra Satanás y todas sus huestes y, en el nombre del Señor Jesús, vencerlas.
Yo acato tu verdad contra las mentiras y los errores del enemigo astuto.
Yo tomo tu justicia, para vencer los malos pensamientos y las acusaciones de Satanás.
Yo tomo el equipo del Evangelio de la paz y dejo la seguridad y las comodidades de la vida para combatir al enemigo.
Y, por encima de todo, tomo tu fe para cerrar el camino de mi alma a las dudas e incredulidades.
yo tomo tu salavción y confío en Ti, para que protejas mi cuerpo y mi alma contra los ataques de Satanás.
Yo tomo tu palabra y oro para que el Espíritu Santo me capacite para usarla eficazmente contra el enemigo, para cortar toda esclavitud y para librar a todo cautivo del enemigo, en el poderoso y conquistador nombre de Jesucristo, mi Señor.
Yo me visto con esta armadura, viviendo y orando en completa dependencia de ti, bendito Espíritu Santo.
¡AMÉN!

Oración La armadura de Dios


Me pongo la armadura de Dios para estar vestido de Cristo.
Me pongo el casco de la Salvación en la cabeza, y llevo mi mente a la cautividad de Nuestro Señor Jesucristo. Someto mi voluntad a la tuya, y ruego porque tu Voluntad Perfecta se haga en mí.
Me pongo el casco de la Salvación sobre los ojos para ver con los ojos de Jesús.
Me pongo el casco de la Salvación sobre la nariz, para participar de las fragancias de Nuestro Señor Jesucristo y yo sea agradable a El.
Me pongo el casco de la Salvación sobre las orejas, para escuchar la Voz del Señor, y solamente obedecer su voz.
Me pongo el casco de la Salvación sobre la boca, para que las palabras de mi boca y las meditaciones de mi corazón, sean agradables a ti ¡Oh Señor, mi Fuerza y mi Redentor!
Me pongo la coraza de la rectitud sobre el corazón, y te doy gracias por esta vestidura, porque yo no tengo ninguna que sea mía.
Me pongo el cinturón de la verdad en la cintura, para pararme con seguridad, y fortalece al hombre en mi interior.
Me pongo las sandalias del Evangelio de la Paz, y me calzo los pies de la Plenitud del Evangelio, para ir a proclamar la Buena Nueva de Nuestro Señor Jesucristo.
Sostengo el escudo de la fe con la mano izquierda, para desviar las flechas incendiarias del Enemigo. Tu ¡Oh Señor, eres mi Fortaleza, mi valuarte, mi Redentor!, y a ti solamente acudo.
Empuño la espada del Espíritu con la mano derecha, que es más aguda que cualquier espada de dos filos, penetrando y discerniendo las intenciones del corazón.
Cúbreme con tu Preciosa Sangre, y crea en mí un corazón limpio, y no permitas que caiga la maldad sobre mí.
Erige un grueso escudo de fuego alrededor de mí, y no permitas que caiga sobre nosotros ninguna maldad.
Pongo a mi familia, a mis padres y hermanos, mi Comunidad y a mi mismo bajo la Cruz de Jesús y la Protección de su Sangre Preciosa, en el Nombre de Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. Amén.

La armadura de Dios

lunes, 20 de enero de 2014

Paz Interior


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¿Quién se ha preguntado si tiene paz interior?
 ¿Sabes si tienes paz en tu interior?

Creo que ante las adversidades (que siempre están a la orden del día) la paz interior es lo que todos necesitamos. Para obtenerlo debemos de pasar por la prueba de conocernos primero, y para saber como obtenerla debes de aceptar que solo hay una manera verdadera de lograrlo y es conociendo a Dios.

Lo he visto, lo he vivido y por eso son los testimonios. Hay tanta desgracia en este mundo que ya deberíamos de estar locos de tanta pena y dolor ¿Sí? Pues por eso necesitamos a DIOS en nuestros corazones y alma para navegar sobre las penas.
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No significa que ya no nos importe lo que sucede alrededor, si no que es poder y  tratar de superar lo insuperable.

Primero: ¿Cómo obtenerla? Busca a Dios, acércate a Dios, pide ayuda en tu parroquia, con amigos, en la comunidad. Sabes que hay grupos de todo tipo donde tu te puedas sentir a gusto. Visita al Santísimo Sacramento, hazlo a diario si es posible, 5 minutos, por lo menos. Vete a un retiro espiritual; escucha alabanzas; ve ha charlas; lee la Biblia; reza/ora; ayuda al necesitado; date tiempo para admirar la naturaleza; comparte con tu familia.

Este es el primer paso, saber que hay alguien arriba que te dará ese empujón por medio del Espíritu Santo. ¡Necesitas la unción! ¡Abrir tu corazón y tu mente! Saber que DIOS todo lo puede.

Segundo: haz un gran examen de conciencia, búscate, conócete, perdónate, rétate a ser mejor persona cada día.  Si no te das el tiempo de saber que quieres, donde vas, que te gusta, no te moverás del mismo lugar donde estas. La paz interior solo se consigue cuando somos capaces de comprendernos, aceptarnos y perdonarnos.

Este es el segundo paso, luego de aceptar a Dios, poco a poco te irás conociendo a ti mismo, te darás cuenta que tu camino debe de ser distinto. Buscarás ser mejor persona y con eso tus sentidos se irán agudizando por ver más allá de lo que está frente a ti.

Las penas se llevan mejor con Jesús. ¡ASI DE FACIL!, ¡ASI DE INCREIBLE! el mejor consuelo está en sus brazos. Y eso da paz y seguridad.

Verás que cuando sabes y conoces tus debilidades, reconoces tus errores y buscas a DIOS. Él te recibe con los brazos abiertos y te conforta y te soporta en todo momento.
Empiezas a vivir con paz interior, dejas que Él vaya guiando tu vida, que Él tome el control, que Él decida por ti y repítele: (para que tu entiendas) “Señor, que sea su voluntad”.

La paz interior si tu la quieres en tu vida, debes de actuar. Debes de perdonar lo que tengas que perdonar. El perdón es una decisión, no un sentimiento. El rencor es un sentimiento que muere con el perdón.

La paz interior es un gran regalo de Dios cuando tu decidas dar ese paso de fe y de amor.

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lunes, 6 de enero de 2014

Poder de los nombres de Jesús y María




Palabras de Nuestro Señor Jesucristo a Sor Natalia Magdolna:
-Mira, hija mía, si tienes un gran pesar, y no puedes orar, si estás confundida acerca de algo, si estás lastimada, si te sientes apagada y no tienes fuerzas para nada, dime solamente con confianza y amor: “¡Jesús, Jesús!”. Entonces, oyendo mi Nombre, los ángeles, los santos y mi Madre Inmaculada, se postran ante Mí y me adoran y el infierno se cierra, ya que el infierno está también bajo el poder de Dios y debe inclinarse ante mi Nombre. En efecto está escrito en la Biblia que el cielo y la tierra deberán inclinarse ante mi Nombre. ¿No crees que el pronunciar mi Nombre es una oración poderosa?
-Si durante la oración, tú no puedes hacer más que pronunciar mi Nombre con amor y confianza; hazlo cada vez que respires, y así tú habrás rezado muy bien y podrás alcanzarlo todo.
Palabras de Jesús a María Valtorta:
“Cuando nuestro Enemigo trata de fastidiarte demasiado, di: “Dios te salve María, Madre de Jesús, me confío a ti”. El demonio tiene todavía más aversión del nombre de María que de mi Nombre y de mi Cruz. No lo logra, pero trata de dañarme en mis fieles de mil maneras. Pero solamente el eco del nombre de María le hace huir. Si el mundo supiera llamar a María, estaría salvado.
Por tanto invocar nuestros dos nombres juntos es algo poderoso para hacer caer rotas todas las armas que Satanás lanza contra un corazón que es mío.”
Y una de las formas en que podemos invocar estos dos Nombres es mediante el acto de amor: “Jesús, María os amo, salvad las almas”, que el Señor ha enseñado a Sor Consolata Betrone, prometiéndole que cada vez que se dice,  salvamos un alma y reparamos mil blasfemias. He aquí la explicación más detallada:
Mensaje de amor que el Sagrado Corazón de Jesús lanza al mundo para salvarlo.
Mientras el mundo se atomiza y desintegra por el odio de los hombres y de los pueblos, Jesucristo quiere renovarlo y salvarlo por el amor.
Quiere que se eleven hacia el cielo llamas de amor que neutralicen las llamas del odio y del egoísmo.
A tal efecto, enseñó a Sor M. Consolata Bertrone un Acto de Amor sencillísimo que debía repetir frecuentemente, prometiéndole que cada Acto de Amor salvaría el alma de un pecador y que repararía mil blasfemias.
La fórmula de este Acto es:
“Jesús, María, os amo, salvad las almas”
Allí están los tres amores: Jesús, María, las almas que tanto ama Nuestro Señor y no quiere que se pierdan, habiendo por ellas derramado Su Sangre.
Le decía Jesús: “Piensa en Mí y en las almas. En Mí, para amarme; en las almas para salvarlas (22 de agosto de 1934). Añadía: la renovación de este Acto debe ser frecuente, incesante: Día por día, hora por hora, minuto por minuto”(21 de mayo de 1936).
“Consolata, di a las almas que prefiero un Acto de amor a cualquier otro don que pueda ofrecerme”… “Tengo sed de amor”… (16 de diciembre de 1935).
Este Acto señala el camino del cielo. Con él cumplimos con el mandamiento principal de la Ley: “Amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”… y a tu prójimo como a ti mismo.
Con este continuo Acto de Amor damos a Dios lo más excelente: que es amor a las almas. Con esta Jaculatoria nos podemos comunicar constantemente con Dios. Cada hora, cada minuto, es decir, siempre que lo queremos. Y lo podemos hacer sin esfuerzo, con facilidad. Es una oración perfecta; muy fácil para un sabio como para un ignorante. Tan fácil para un niño como para un anciano; cualquiera que sea puede elevarse a Dios mediante esta forma. Hasta un moribundo puede pronunciarla más con el corazón que con los labios.
Esta oración comprende todo:
Las almas del Purgatorio, las de la Iglesia militante, las almas inocentes, los pecadores, los moribundos, los paganos, todas las almas. Con ella podemos pedir la conversión de los pecadores, la unión de las Iglesias, por la santificación de los sacerdotes, por las vocaciones del estado sacerdotal y religioso. En un acto subido de amor a Dios y a la Santísima Virgen María y puede decidir la salvación de un moribundo, reparar por mil blasfemias, como ha dicho Jesús a Sor Consolata, etc., etc.
“¿Quieres hacer penitencia? ¡Ámame!”, dijo Nuestro Señor a Sor Consolata. A propósito, recordemos las palabras de Jesucristo al Fariseo Simón sobre Magdalena penitente: “Le son perdonados muchos pecados, porque ha amado mucho”.
Un “Jesús, María, os amo, salvad las almas” pronunciado al levantarse, nos hará sonreír durante el día; nos ayudará a cumplir mejor nuestros deberes, en la oficina, en el campo, en la calle, etc. Se pronuncia con facilidad, sin distraerse y con agrado.
Un “Jesús, María, os amo, salvad las almas”, santifica los sudores, suaviza las penas. Convierte la tristeza en alegría. Sostiene y consuela luchas de la vida. Ayuda en las tentaciones. Hace agradable el trabajo. Convierte en alegría el llanto. Fortalece y consuela en las enfermedades. Y trae las bendiciones sobre los trabajos y sobre las familias.
Un “Jesús, María, os amo, salvad las almas”. Ayudará a calmar tu indignación, a convertir tu ira en mansedumbre. Sabrás mostrarte benévolo al que te ofende. Devolver bien por mal. Conduce a efectos nobles; palabras verdaderas, obras grandes y sacrificios heroicos, iluminará tu entendimiento con luces sobrenaturales; estimulará el bien, retraerá el mal. Obtendrá el arrepentimiento al pecador; en el justo avivará la fe y le hará suspirar por la felicidad eterna.
Dios merece ser amado por ser nuestro Sumo Bien. Esta Jaculatoria es un dulce cántico para Jesús y María.
¡Cuán dulce es repetirlo frecuentemente! ¡Cuán agradable es avivar el fuego de amor a Dios!
Y habiéndolo pronunciado millares de veces durante tu vida, ¡cuán alegre será tu hora de la muerte, y qué gozosa volará tu alma al abrazo de Jesús y María en el cielo!
Dijo Jesús a Sor Consolata:
“Recuerda que un Acto de amor decide la salvación eterna de un alma y, vale como reparación de mil blasfemias. Sólo en el cielo conocerás su valor y fecundidad para salvar almas”.
“No pierdas tiempo, todo Acto de amor es un alma”. Cuando tengas tiempo libre y no tengas otra cosa que hacer, toma tu corona del Rosario en tus manos y a cada cuenta repite: “Jesús, María, os amo, salvad las almas”… En cuatro o cinco minutos habrás hecho pasar por tus dedos todas las cuentas y habrás salvado 55 almas de pecadores, habrás reparado por 55.000 blasfemias.
Dice San Agustín: “Quien salva un alma, asegura su propia salvación”, y quien salva centenares y millares y hasta millones de almas, con un medio tan fácil y tan sencillo, sin salir de su casa, ¿que premio no tendrá en el cielo?
Nuestro Señor le pedía a Sor Consolata que repitiera frecuentemente ese acto de amor hasta ser incesante, es decir, continuamente, porque continuamente van muchas almas al infierno porque no hay quién las salve… Repitamos todo lo que podamos este Acto de amor: “JESÚS, MARIA, OS AMO SALVAD LAS ALMAS”, para que sean muchas las almas que arranquemos al infierno para hacerlas felices eternamente en el cielo. Las almas que salvamos con este Acto de Amor, será un día nuestra corona de gloria en el cielo.
Cuando uno está ocupado con trabajos manuales, se puede repetir este Acto de Amor con la mente y tiene su mismo valor como lo dijo un día Nuestro Señor Jesucristo a Sor Consolata.
Y nosotros por qué no podríamos hacer lo mismo en lugar de perder un tiempo tan precioso en charlas inútiles; repitamos frecuentemente este Acto de Amor, y así acumularemos tesoros preciosísimos para el Cielo.
Los que se salvaron están en el cielo por haber amado a Dios. Los grados de gloria en el cielo se miden por la intensidad del amor que las almas practicaron en la vida.
Sólo entonces nos daremos cuenta de lo que vale un Acto de Amor y de su fecundidad en salvar almas.
Sor Consolata le pidió un día a Jesús: “Jesús enséñame a orar”. Y he aquí la Divina respuesta: “¿No sabes orar? ¿Hay acaso oración más hermosa y que sea más grata que el Acto de Amor?”
Jesús, María, os amo, salvad almas
La importancia de esta invocación, corta pero muy poderosa, se puede entender a través de las palabras que Jesús ha inspirado a sor Consolata y que nosotros leemos en su diario:
No te pido sino esto: un acto de amor continuo, Jesús, María os amo, salvad almas.
Dime, Consolata, qué oración más linda me puedes hacer? Jesús, María os amo, salvad almas: ¡amor y almas! Qué hay de más bello?
¡Tengo sed de tu acto de amor! Consolata, ámame mucho, solamente ámame, ámame siempre! Tengo sed de amor, pero de amor total, de corazones no divisos. Ámame tú por todos y por cada corazón humano que existe. Tengo tanta sed de amor. Apaga tú mi sed . Lo puedes . ¡Lo quieres! ¡Animo y adelante!
¿Sabes por qué no te permito muchas oraciones vocales? Porque el acto de amor es más fecundo. Un “Jesús te amo” repara mil blasfemias. Recuerda que un acto perfecto de amor decide la salvación eterna de un alma. Por lo tanto, ten remordimiento en perder un solo Jesús, María os amo, salvad almas.
Son maravillosas las palabras de Jesús que exprimen su gozo por esta invocación y, aún más, por las almas que con ésta podrán llegar a la salvación eterna. Esta promesa consoladora la encontramos muchas veces en la obra de sor Consolata, invitada por Jesús a intensificar y a ofrecer su amor:
No pierdas tiempo, porque cada acto de amor representa un alma. De todos los regalos, el mayor regalo que tú me puedas ofrecer es una jornada llena de amor.
Quiero un incesante Jesús, María os amo, salvad almas desde cuando te levantas hasta cuando te acuestas.
Jesús no podría ser más explícito y sor Consolata se expresa así:
Tan pronto como me levanto empezar enseguida el acto de amor, y, con fuerza de voluntad, no interrumpirlo más hasta que me acuesto por la tarde, rezando a mi Ángel de la Guarda que, durante mi sueño, rece él en mi lugar. Mantener este propósito constantemente renovándolo de madrugada y por la tarde.
Pasar bien mi jornada. siempre unida a Jesús con el acto de amor; Él transferirá en mí su paciencia, fuerza y generosidad.
El acto de amor que Jesús quiere incesante no depende de las palabras que se pronuncian con los labios, sino es un acto interior, de la mente que piensa en amar, de la voluntad que quiere amar y del corazón que ama. La formula Jesús, María os amo, salvad almas quiere ser simplemente una ayuda.
Y, si una criatura de buena voluntad me querrá amar y hará de su vida un solo acto de amor, de cuando se levanta hasta cuando se acuesta (con el corazón, bien entendido), yo haré, por esta alma, verdaderas locuras. Tengo sed de amor, tengo sed de ser amado por mis criaturas. Las almas creen que, para llegar a mí, necesitan una vida austera, penitente. ¡Ves cómo me transfiguran! Me hacen temible, mientras yo soy solamente Bueno! ¡Cómo olvidan el precepto que yo os he dado: “Amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma, etc. “! Hoy, como ayer, como mañana, a mis criaturas pediré solamente y siempre amor.

¿Año nuevo, vida nueva?

¿Será así?

¿Cuántas personas diremos esto cada fin de año?

¿Lo cumplimos?, ¿Cuánto tiempo nos dura?

De verdad me pregunto ¿Cuántas vidas se vuelven nuevas?, ¿Cuántas creen que se puede?

Yo digo, ¡Porque no!

Pero, no lo veo tan literal como la expresión misma, pues “vida nueva” es muy difícil de lograr, no creo que es el caso para todos. Y va dependiendo de cada uno, de lo que uno mismo quiere lograr, ser o disponer.

No podemos cambiar nuestra vida pasada, pero si podemos visualizar una persona nueva, mejorada.
Quiero desearles a cada uno de ustedes, mis amigos de Caminando con Jesús de la mano, una vida nueva: corazones dispuestos a amar sin excepción; mentes dispuestas a perdonar sin rencor; almas abiertas a recibir a Dios, sin complejos, sin peros, con fe. ¡Dios está para todos!

Aprovechemos ésta vida que vivimos con dolores, penas, angustias, enfermedades, injusticias y más…entreguemos todo esto en los pies de Jesús bajo la cruz, para levantémonos con la cabeza en alto, positivos que la carga de la cruz ya no pesará y se llevará con paz y paciencia.  Y cada vez que comience a pesar, volveremos a la cruz.

Aprovechemos ésta vida que vivimos con amores, alegrías, gozos, triunfos, y más…entreguemos todo esto en los pies de Jesús en la Santa Eucaristía, para dar gracias, para glorificar su triunfo de la muerte, por su sacrificio, por estar siempre con nosotros, vivo y esperando que compartamos con Él todos nuestros logros, desde lo más pequeño, hasta lo más grande.

Hagamos del 2014, un año diferente, un año con mucha bondad, positivismo, y como dice el Santo Padre, con creatividad.

Jesús es Misericordia y Providencia. Jesús es AMOR.
¡Feliz año nuevo!
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